Aquella mujer a orillas del arroyo

 Caminaba por los senderos de ese arroyo con sus aguas cristalinas, tarareando viejas melodías en guaraní, eran sonidos mágicos que endulzarían el oído de cualquiera que la escuchara, la caída del agua en esa cascada era más que pura magia.


Deslumbró la noche con su vestido blanco y su cabello que le llegaba a la cintura, nadie la entendía, nadie la comprendía, caminaba por el bosque en busca del alma fría que la lastimaba.


Vigilaba y cuidaba a los visitantes que se hospedaban en el lugar, dónde antiguamente había vivido tantos momentos de su vida, aquella vida, vida la que alguna vez tuvo y se la arrebataron.



Era muy inquieta de niña, caminaba por el bosque cerca de una casita de paja frente al arroyo, y al lado de la vista de un enorme cerro verde.


En las madrugadas se hacía notar, sus pasos se escuchan en su caminar, pero nadie la veía al pasar.


Cada detalle de ella provenía de mil veranos y un alegre amanecer.


Aunque no puedo verte, puedo escuchar tus penas cuando se pone el sol, y aunque te ha dolido tanto irte, espero que encuentres el descanso que te mereces, y la cual vas buscando.

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